... pero, ¿acaso haz hecho algo para mejorar tu propia vida?
No la vida de los demás que necesitan ayuda,
tú necesitas ayuda, ayúdate a ti mismo,
no seas mediocre y muévete; al menos has bien
lo que debes hacer en lugar de
preocuparte por los demás,
ocúpate de ti mismo y de tu familia,
preocúpate por que se eduquen
bien, si en la escuela no les
enseñan lo suficiente, tú
enséñales a que aprendan
por si solos, que aprendan a
leer libros, que se interesen
por la política del país,
que aprendan otros
idiomas, que hagan trabajo
voluntario, que aprecien el
arte y las buenas costumbres,
que se manejen con rectitud,
que filosofen constantemente
y que actúen con responsabilidad.
¿Difícil?
Lo es, sin embargo, la disciplina
es básica; empezando por la propia
de los padres de familia.
Fenomenología de la queja (2. Variedades)
Día con día
Héctor Aguilar Camín
No falta ninguna forma de queja en nuestra vida pública, abundan de hecho todas sus variedades al punto de que ocupan por momentos todo el escenario. El objeto de la queja, en cambio, es recurrente: los políticos y las autoridades.
Empecemos por decir que hay la queja que alivia y también la queja justa, la queja legítima de las víctimas, la queja de solidaridad y la queja oportuna, que evita un mal mayor.
Hay también la queja lúcida, la queja informada, la queja propositiva, la queja que reconoce la dificultad del mal que explora y se mantiene decidida a cambiarlo, proponiendo soluciones.
Pero dominan el panorama las queja airadas, coléricas, descalificatorias o apocalípticas, que se satisfacen en su exhalación, y las quejas indolentes o resignadas, que se consuelan con la esperanza de ser oídas.
Hay la queja del fracaso merecido, digna de psiquiatras y novelistas, y la del fracaso inmerecido, digna de solidaridad.
Hay la queja histórica: “nada hemos logrado”, y la queja futurista: “nada podemos esperar”.
Hay la queja social, cuya especialidad es la pobreza, y la queja moral, cuya especialidad es la corrupción.
Hay la queja del quejoso profesional y la que limpia las buenas conciencias. Hay la queja sectorial, que padece anteojeras, y la ideológica, que se queja de la ideología de los otros.
Hay la queja que paraliza y la queja que conmueve, y la queja que se cumple en el puro placer de quejarse.
Hay la queja cínica de los diletantes y hay la queja oportunista de los hipócritas.
Hay también la queja por reflejo, que se emite por contagio de la queja ambiental, prima hermana de la queja por moda, que se sube al ómnibus de la queja en turno.
Hay la queja idiota que no sabe bien a bien por qué se queja y hay la queja por prestigio, que se emprende con el ánimo de gritar: “Yo también soy crítico: me quejo”.
Y hay la peor de todas las quejas: la queja resentida y victimista, la queja que culpa a otros de las propias faltas, y al país de las propias limitaciones
Los antídotos para la queja pública son el humor y las propuestas: las quejas con sonrisas y con soluciones adjuntas.
Tenemos un ágora sin humor o que especializa su humor en caricaturistas y columnas de humoristas profesionales, con frecuencia espacios de mal humor.
Tenemos también un ágora sin propuestas, que se complace en la denuncia de sus defectos sin esforzarse en el diseño de sus correcciones.
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